domingo, 8 de agosto de 2010

... And when our worlds they fall apart...

La mañana del 4 de agosto de 1994, Rut Irene se maquilló con lo último que le quedaba en su neceser, abrazó al Niño Jesús de porcelana de su abuela, se tumbó a ver la telenovela y se murió, de repente. Dieciséis años después, acordándome de mi otra tía difunta, vi cómo un camión verde se llevaba los muebles de mi casa en Ávila y cerraba un ciclo.
Hoy es domingo, es mi cuarta noche en Madrid y escucho llover sobre el tejado de las palomas voyeur. Jugando a las elipsis temporales me vuelvo a las vísperas de exámenes de química y siento en el estómago la angustia del que no ha estudiado.
Como viene siendo habitual este verano, enciendo una vela, esta vez de interior, esta vez sin música de fondo (sólo la lluvia, y la fiesta de Lavapiés, abstraigamos por favor) y sola. Llevo demasiados días acompañada. Además hoy, por razones obvias, no voy a ver satélites pasar.
Me gusta esta sensación extraña de haber vuelto a casa, de todo por delante y tanto todavía pendiente (sí, lo tuyo sigue pendiente, y lo suyo, y lo vuestro y lo nuestro), de los flecos sueltos, las sorpresas de las primeras noches, de los adioses y los hastaluego, y de la nevera vacía, el colchón en el suelo, los libros desordenados, y la música. Sobre todo la música. En mi casa de Madrid se escucha música cuando deja de llover.




(no entiendo porqué no se ve bien que es Halo, de Depeche Mode, hoy rollo vintage adolescente)

2 comentarios:

  1. ¿Algún día creceremos tanto que no volvamos a sentir que todo empieza? A lo mejor no. A lo mejor ahora ya todo es así. Y no está mal.

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  2. ¿Puede ser una de las cosas más bonitas que has dicho y dejado por escrito?

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